sábado, 19 de mayo de 2012

Cuentos del mundo

  Hoy queremos variar un poco la entrada del blog y ofreceros la posibilidad de viajar con la mente a un mundo de fantasía. 
  Los cuentos, leyentas, mitos... son historias que nos sirven para disfrutar de un relato ameno y, a la vez, aprender muchas cosas, diferentes formas de ver la vida y plantearnos alguna que otra moraleja. Por este motivo, son herramientas que podríais utilizar con vuestr@s hij@s, sobrin@s... pero no solamente con niños y niñas, sino también transportar al adulto y al anciano a tiempos remotos, a otro mundo. Todos nos podemos sumergir y disfrutar de los diferentes relatos, así que, anímate y disfruta de estos que te traemos, uno de cada continente, de tierras muy diferentes, pero todos con una parte común: años y años de permanencia en nuestro planeta, ¡por algo será!
Espero que te gusten y, si quieres, te animes a presentarnos alguna historia de tu tierra, ¡será interesante!



"La Azucena del Bosque" - Argentina (América)

   Hace muchos, muchos años, había una región de la tierra donde el hombre aún no había llegado. Cierta vez pasó por allí I-Yará (dueño de las aguas) uno de los principales ayudantes de Tupá (dios bueno). Se sorprendió mucho al ver despoblado un lugar tan hermoso, y decidió llevar a Tupá un trozo de tierra de ese lugar. Con ella, amasándola y dándole forma humana, el dios bueno creó dos hombres destinados a poblar la región.

 Como uno fuera blanco, lo llamó Morotí, y al otro Pitá, pues era de color rojizo.

  Estos hombres necesitaban esposas para formar sus familias, y Tupá encargó a I-Yará que amasase dos mujeres.

  Así lo hizo el Dueño de las aguas y al poco tiempo, felices y contentas, vivían las dos parejas en el bosque, gozando de las bellezas del lugar, alimentándose de raíces y de frutas y dando hijos que aumentaban la población de ese sitio, amándose todos y ayudándose unos a otros.

  En esta forma hubieran continuado siempre, si un hecho casual no hubiese cambiado su modo de vivir.

  Un día que se encontraba Pitá cortando frutos de tacú (algarrobo) apareció junto a una roca un animal que parecía querer atacarlo. Para defenderse, Pitá tomó una gran piedra y se la arrojó con fuerza, pero en lugar de alcanzarlo, la piedra dio contra la roca, y al chocar saltaron algunas chispas.

  Este era un fenómeno desconocido hasta entonces y Pitá, al notar el hermoso efecto producido por el choque de las dos piedras volvió a repetir una y muchas veces la operación, hasta convencerse de que siempre se producían las mismas vistosas luces. En esta forma descubrió el fuego.

  Cierta vez, Moroti para defenderse, tuvo que dar muerte a un pecarí (cerdo salvaje - jabalí) y como no acostumbraban comer carne, no supo qué hacer con él.

  Al ver que Pitá había encendido un hermoso fuego, se le ocurrió arrojar en él al animal muerto. Al rato se desprendió de la carne un olor que a Morotí le pareció apetitoso, y la probó. No se había equivocado: el gusto era tan agradable como el olor. La dio a probar a Pitá, a las mujeres de ambos, y a todos les resultó muy sabrosa.

  Desde ese día desdeñaron las raíces y las frutas a las qué habían sido tan afectos hasta entonces, y se dedicaron a cazar animales para comer.

  La fuerza y la destreza de algunos de ellos, los obligaron a aguzar su inteligencia y se ingeniaron en la construcción de armas que les sirvieron para vencer a esos animales y para defenderse de los ataques de los otros. En esa forma inventaron el arco, la flecha y la lanza. Entre las dos familias nació una rivalidad que nadie hubiera creído posible hasta entonces: la cantidad de animales cazados, la mayor destreza demostrada en el manejo de las armas, la mejor puntería... todo fue motivo de envidia y discusión entre los hermanos.

  Tan grande fue el rencor, tanto el odio que llegaron a sentir unos contra otros, que decidieron separarse, y Morotí, con su familia, se alejó del hermoso lugar donde vivieran unidos los hermanos, hasta que la codicia, mala consejera, se encargó de separarlos. Y eligió para vivir el otro extremo del bosque, donde ni siquiera llegaran noticias de Pitá y de su familia.

  Tupá decidió entonces castigarlos. El los había creado hermanos para que, como tales, vivieran amándose y gozando de tranquilidad y bienestar; pero ellos no habían sabido corresponder a favor tan grande y debían sufrir las consecuencias.

  El castigo serviría de ejemplo para todos los que en adelante olvidaran que Tupá los había puesto en el mundo para vivir en paz y para amarse los unos a los otros.
  El día siguiente al de la separación amaneció tormentoso. Nubes negras se recortaban entre los árboles y el trueno hacía estremecer de rato en rato con su sordo rezongo. Los relámpagos cruzaban el cielo como víboras de fuego. Llovió copiosamente durante varios días. Todos vieron en esto un mal presagio.

Después de tres días vividos en continuo espanto, la tormenta pasó.

  Cuando hubo aclarado, vieron bajar de un tacú (algarrobo) del bosque, un enano de enorme cabeza y larga barba blanca.

Era I-Yará que había tomado esa forma para cumplir un mandato d e Tupá.

Llamó a todas las tribus de las cercanías y las reunió en un claro del bosque. Allí les habló de esta manera:

  Tupá, nuestro creador y amo, me envía. La cólera se ha apoderado de él al conocer la ingratitud de vosotros, hombres. Él los creó hermanos para que la paz y el amor guiaran vuestras vidas... pero la codicia pudo más que vuestros buenos sentimientos y os dejasteis llevar por la intriga y la envidia. Tupá me manda para que hagáis la paz entre vosotros: iPitá! iMoroti! ¡Abrazaos, Tupá lo manda!

  Arrepentidos y avergonzados, los dos hermanos se confundieron en un abrazo, y los que presenciaban la escena vieron que, poco a poco, iban perdiendo sus formas humanas y cada vez más unidos, se convertían en un tallo que crecía y crecía ...

  Este tallo se convirtió en una planta que dio hermosas azucenas moradas. A medida que el tiempo transcurría, las flores iban perdiendo su color, aclarándose hasta llegar a ser blancas por completo. Eran Pitá (rojo) y Morotí (blanco) que, convertidos en flores, simbolizaban la unión y la paz entre los hermanos.

  Ese arbusto, creado por Tupá para recordar a los hombres que deben vivir unidos por el amor fraternal, es la "AZUCENA DEL BOSQUE".




"Los Ciegos y el Elefante" - India (Asia)

  A continuación os presentamos esta leyenda de dos maneras, en forma de poema o en forma de videocuento, para que podáis compararla y ver lo que más os guste:

Los Ciegos y el Elefante – Un Poema por John Godfrey Saxe
He aquí la versión de John Godfrey Saxe (1816-1887) de Los Ciegos y el Elefante:

Seis eran los hombres de Indostán,

tan dispuestos a aprender,
que al Elefante fueron a ver
(Aunque todos eran ciegos),
Pensando que mediante la observación
su mente podrían satisfacer.

El primero se acercó al elefante,
Y cayéndose
sobre su ancho y robusto costado,
en seguida comenzó a gritar:
"¡Santo Dios! ¡El elefante
es muy parecido a una pared!"

El segundo, palpando el colmillo,
exclamó: -"¡Caramba! ¿Qué es esto
tan redondo, liso y afilado?
Para mí está muy claro,
¡esta maravilla de elefante
es muy parecido a una lanza!"

El tercero se acercó al animal,
y tomando entre sus manos
la retorcida trompa,
valientemente exclamó:
"Ya veo," dijo él, "¡el elefante
es muy parecido a una serpiente!"

El cuarto extendió ansiosamente la mano
y lo palpó alrededor de la rodilla:
"Evidentemente, a lo que más se parece esta bestia
está muy claro," dijo él,
"'Es lo suficientemente claro que el elefante
¡es muy parecido a un árbol!"

El quinto, quien por casualidad tocó la oreja,
Dijo: "Incluso el hombre más ciego
es capaz de decir a lo que más se parece esto;
Niegue la realidad el que pueda,
Esta maravilla de elefante
¡es muy parecido a un abanico!"

El sexto tan pronto comenzó
a tantear al animal,
agarró la oscilante cola
que frente a él se encontraba,
"Ya veo," dijo él, "¡el elefante
es muy parecido a una cuerda!"
Y así estos hombres de Indostán
discutieron largo y tendido,
cada uno aferrados a su propia opinión
por demás firme e inflexible,
aunque cada uno en parte tenía razón,
¡y al mismo tiempo todos estaban equivocados!

MORALEJA:

Así también, a menudo en las guerras teológicas
los contendientes, pienso yo,
discuten en la total ignorancia
de lo que el otro quiere decir;

y parlotean acerca de un elefante ¡que ninguno de ellos ha visto!




"Kitete, el Hijo de Shindo" - África

  Había una vez, una mujer chagga, llamada Shindo que vivía en un pueblo al pie de una montaña cubierta de nieve. Su marido había muerto sin dejarle ningún hijo y ella estaba muy sola. Siempre estaba cansada, porque no tenía a nadie que le ayudara en los trabajos de la casa.

  Todos los días, limpiaba la casa y barría el patio, cuidaba de las gallinas, lavaba la ropa en el río, traía agua, cortaba la leña y cocinaba sus solitarias comidas.


Al final de cada día, Shindo miraba la cumbre nevada del monte y oraba:


"¡Gran Espíritu del Monte!" . "Mi trabajo es demasiado duro. ¡Énvíeme ayuda!"


  Un día, Shindo estaba limpiando el huerto de malas hierbas para que crecieran bien las verduras, plátanos y calabazas que cultivaba. De repente, un noble jefe apareció junto a ella.


  "Soy un mensajero del Gran Espíritu del Monte," le dijo a la sorprendida mujer, y le dio unas pocas semillas de calabaza. "Siémbralas con cuidado. Ellas son la respuesta a tus oraciones."


Entonces el jefe desapareció.


Shindo se preguntaba, "¿Qué ayuda podré recibir de un manojo de semillas de calabaza?" Pero las sembró y cuidó lo mejor que pudo.


  Estaba asombrada de lo rápidamente que crecían. Una semana más tarde, las calabazas ya habían madurado.
Shindo llevó a casa las calabazas, y tras quitarles la pulpa, dejándolas huecas las colgó de una de las vigas de la casa para que se fueran secando. Cuando se secaran se endurecerían y podría venderlas en el mercado para ser usadas como cuencos y jarras.


  Como ceneitaba una de las calabazas para su propio uso, tomó una pequeña y la puso junto al fuego para que se secara más rápidamente.


  A la mañana siguiente, Shindo se marchó para trabajar la tierra. Pero mientras ella estaba fuera de casa, las calabazas empezaron a cambiar. Les crecieron cabezas, brazos y piernas. En poco tiempo, no eran en absoluto calabazas. ¡Eran niños!


  Uno de estos niños estaba junto al fuego, donde Shindo había colocado la calabaza pequeña. Los otros niños le llamaron desde la viga.
"¡Ki-te-te, ayúdanos!
Trabajaremos para nuestra madre.
Venga ayúdanos, Ki-te-te,
¡Nuestro hermano favorito!"
  Kitete ayudó a bajar a sus hermanos y hermanas de las vigas. Entonces los niños salieron de la casa y empezaron a cantar y jugar en el patio.


  Todos menos Kitete, que al haber estado junto al fuego, se convirtió en un niño débil y enfermizo. Mientras sus hermanos y hermanas cantaban y jugaban, Kitete les miraba sonriente, sentado en la puerta de la casa.


  Después de un rato, los niños empezaron a hacer los trabajos de la casa. Limpiaron la casa, barrieron el patio, alimentaron a las gallinas, lavaron la ropa, trajeron agua, cortaron la leña y prepararon la comida para cuando Shindo volviera.


  Cuando el trabajo estuvo hecho, Kitete ayudó a los otros a subir a la viga y poco después, de nuevo se convirtieron en calabazas.


Por la tarde, cuando Shindo volvió a casa, las otras mujeres del pueblo le preguntaban :


"¿Quiénes eran esos niños que estaban hoy en el patio de tu casa?" . "¿De dónde han venido? ¿Por qué estaban haciendo los trabajos de la casa?"


"¿Qué niños? ¿Os quereis reir de mi?" les decía Shindo, enfadada.


Pero cuando llegó a su casa, se quedó pasmada. ¡El trabajo estaba hecho, e incluso su comida estaba preparada! 
No podía imaginarse quién le había ayudado.


  Al día siguiente, sucedió lo mismo. En cuanto Shindo se hubo marchado, las calabazas se convirtieron en niños, y los que colgaban de la viga gritaban,
"¡Ki-te-te, ayúdanos!
Trabajaremos para nuestra madre.
Venga ayúdanos, Ki-te-te,
¡Nuestro hermano favorito!"
  Entonces, después de jugar un rato, hicieron todos los deberes de la casa, subieron a la viga, y se convirtieron en calabazas de nuevo.


  Una vez más, Shindo se quedó asombrada al ver todo el trabajo hecho. Entonces, decidió encontrar la explicación y conocer a quienes le estaban ayudando.


  A la mañana siguiente, Shindo hizo como que se marchaba, pero en vez de ir a trabajar en el campo, se quedó escondida junto a la puerta de la casa, observando lo que sucedía. Y vio a las calabazas convertirse en niños, y les oyó como gritaban,
"¡Ki-te-te, ayúdanos!
Trabajaremos para nuestra madre.
Venga ayúdanos, Ki-te-te,
¡Nuestro hermano favorito!"
  Cuando los niños salieron de la casa, por poco se encuentran con Shindo, pero ellos siguieron jugando, y seguido comenzaron a hacer los trabajos caseros. Cuando acabaron, empezaron a subir a la viga.


"¡No, no!" decía Shindo llorando. "¡No se transformen en calabazas! Sereis los hijos que yo nunca tuve, y os amaré y os querré."


  Y desde entonces los niños se quedaron con Shindo, como sus hijos. Ya nunca más estaba sola. Y los niños eran tan trabajadores, que pronto mejoró la economía de la casa, con muchos campos de verduras y plátanos, y rebaños de ovejas y cabras.


  Todos eran muy útiles .... menos Kitete que se quedaba junto al fuego con su sonrisa tonta. La mayor parte del tiempo, a Shindo no le importaba. De hecho, Kitete realmente era su favorito, porque era como un tierno bebé. Pero a veces, cuando ella estaba cansada o triste por alguna razón, lo pagaba con él.


"¡Eres un niño inútil!" le decía. "¿Por qué no puedes ser más inteligente, como tus hermanos y hermanas, y trabajar tan duro como ellos?" Kitete sólo sonreía.


  Un día, Shindo estaba fuera en el patio, cotando verduras para la comida. Cuando llevaba la olla a la cocina, tropezó con Kitete, se cayó, y la olla de arcilla se hizo añicos. Las verduras y el agua quedaron esparcidos por todas partes.


"¡Muchacho tonto!" gritó Shindo . "¿No te tengo dicho que no te pongas delante de mi camino? ¿Pero qué se puede esperar de tí? No eres un niño de verdad. ¡Solo eres una calabaza!"


Y en ese mismo instante, ella dio un grito al ver que ya no estaba Kitete, y que en su lugar sólo había una calabaza.


"¿Qué he hecho yo?" lloraba Shindo, cuando los niños volvieron a casa. "¡Yo no quise decir lo que dije! Tu no eres una calabaza, tu eres mi propio hijo querido. ¡Oh, hijos mios, por favor haced algo!"


  Los niños se miraron entre ellos, y corriendo, comenzaron a subir a la viga. Cuando el último niño, ayudado por 
Shindo, hubo subido, comenzaron a gritar una última vez,
"¡Ki-te-te, ayúdanos!
Trabajaremos para nuestra madre.
Venga ayúdanos, Ki-te-te,
¡Nuestro hermano favorito!"
  Pasó un largo rato sin que nada sucediera. Pero de pronto, la calabaza empezó a cambiar. Creció una cabeza, luego unos brazos, y finalmente unas piernas. Por fin, no era en absoluto una calabaza. Era ¡Kitete!


  Shindo aprendió la lección. A partir de entonces, tuvo mucho cuidado y amor para sus hijos.
Y ellos le dieron su consuelo y felicidad, durante el resto de sus días.


"La Rana Tiddalick" - Australia
  La rana Tiddalick era una rana gigante que hacía temblar la tierra a su paso. Era una gran glotona y muy malhumorada que cuando se enfadaba podía hacer caer una montaña.

  Un día se levantó de muy mal genio y con mucha sed. Empezó por beberse un lago, pero éste se terminó muy rápido y como más sed tenía, más se enfadaba Tiddalick. Fue bebiendo y bebiendo, primero un río, luego un mar y finalmente un océano hasta que no quedó ni una gota de agua en toda la tierra. Cansada de tanto beber, fue a tumbarse.

  Los animales de la tierra empezaron a desesperarse, ya que sin agua no podían vivir y se les acaban las fuerzas. Se reunieron todos y decidieron ir a pedirle a Tiddalick que les devolviera el agua que tenía en su barriga.

  Lo intentaron el canguro, el dingo, la cacatúa, pero ninguno de ellos consiguió que Tiddalick abriera los ojos y cambiara de opinión. Entonces, la pequeña comadreja dio una gran idea al grupo:

  ¡Tenemos que hacer reír a Tiddalick¡ - dijó entusiasmada – si ríe sin parar, conseguiremos que saque el agua de su barriga.

  Con esa idea, todos los animales se fueron a ver a Tiddalick. Casi no tenían fuerzas porque estaban muertos de sed, pero hicieron un gran esfuerzo para hacer reír a la rana. Las cacatúas contaron chistes, los canguros hicieron unos saltos de circo, el lagarto puso sus caras más graciosas, sacó la lengua… Pero todo fue inútil, Tiddalick ni siquiera abrió un ojo.

  Entonces apareció la anguila, pidiendo que le dejaran probar su estrategia. Empezó a moverse por encima de la rana, arriba y abajo, muy rápido y dando vueltas. De repente, Tiddalick empezó a reírse un poquito, y cada vez más fuerte, hasta que un chorro de agua empezó a salir de su boca.

  Los animales vieron como gracias a las cosquillas de la anguila, Tiddalick sacó toda el agua y pudieron volver con su vida, ya que sin agua no hubiesen podido.

  Es por eso, que ahora los nativos australianos miran las ranas en el río, y si beben mucha agua, es porque se acerca una época de sequía.




"Leyenda de Enrique III, Rey de Castilla" - España (Europa)

  Cuenta la leyenda que aquél día don Enrique III rey de Castilla fue de caza, aún era menor de edad y no debía ocuparse de los asuntos de gobierno. Anduvo por el monte acompañado de algunos nobles ricamente vestidos algunos, otros enfundados en sus brillantes armaduras y armados con ballestas. La jornada fue dura y cuando llegó la hora de regresar a palacio ya había asomado la luna por los espesos y oscuros montes castellanos.


  Sudorosos se sentaron a la mesa y con gran sorpresa vio como nadie le atendía, mandó a un paje para que fuera a investigar qué pasaba, al poco tiempo regresó a presencia del rey y le dijo con cierto nerviosismo que en palacio no había nada que comer. Don Enrique pensó que se trataba de una absurda broma e insistió en que ya era la hora de la cena, pero el mayordomo insistió en que no había nada que servir, las despensas estaban vacías.


  Comprendió entonces el rey que se le estaba diciendo la verdad y que no había ni un solo bocado que llevarse a la boca. Para no quedarse esa noche sin cena, el rey mandó coger el mejor gabán de su vestuario y se llevara a empeñar a la judería para poder sacar algunos maravedíes que le permitieran esa noche acallar su estómago.


  Cuando por fin llegaron las viandas, observó que alrededor suyo sólo se encontraban el mayordomo y un cocinero, preguntó de nuevo irritado a qué se debía aquello, y respondieron que como no quedaba ni un maravedí en las arcas del castillo, los criados y servidores habían cometido la tremenda felonía (traición) de abandonar el castillo durante la ausencia del rey en la cacería. El rey entonces comenzó a recapacitar y pensó que si sus arcas estaban vacías cómo sería entonces la vida de sus vasallos.


  Preguntó insistentemente a su criado, tanta fue su insistencia que le confesó muy secretamente que los regentes del reino eran como aves de rapiña para el tesoro real, habían diezmado las arcas y los recursos de todos los vasallos para provecho propio.


  Asombrado el joven Enrique preguntó cómo podía obtener pruebas de semejante acusación y el criado le respondió que esa misma noche uno de los regentes daba un gran banquete en su castillo, al que estaban invitados todos los nobles de la corte.


  El rey quedó asombrado de lo que oía, y después de meditar un rato confió a su criado el deseo de asistir a aquel banquete disfrazado para ver con sus propios ojos lo que ocurría. 

  Hizo su deseo realidad y al cabo de una hora se presentó ante las murallas del castillo donde tendría lugar la fiesta, todo era lujo y alegría y se observaba gran magnificencia. El rey iba vestido de pobre trovador no encontró obstáculo para entrar pues los trovadores eran muy apreciados en la época. Comenzó a tocar su laúd y muchos nobles comenzaron a escucharle atentamente, su actuación fue magnífica pues el rey siempre había sido muy aficionado a los cantares y a la música de la época, tanto fue así que fue invitado a compartir un rincón de la opulenta mesa y allí comentó que era un pobre huérfano, aunque de ilustre cuna, que apenas había comido aquel día y que lo peor era que sus tutores dilapidaban sus rentas dejándole empobrecido y no teniendo más remedio que dedicarse a cantar y entretener en los banquetes de los nobles y por las callejuelas de las ciudades de Castilla.

  El arzobispo y los demás nobles se indignaron al oír semejante historia y cada uno de ellos expuso el castigo que a su entender aplicarían a los indeseables tutores. El rey mientras tanto agradecía con amables palabras tanta comprensión y poco a poco con la conversación, el vino y la comida se fueron desatando las lenguas y cada uno comenzó a referir con grandes risotadas las artes de las que se había valido para aumentar sus riquezas a costa del joven e inexperto rey.

  Tentado estuvo en mas de una ocasión el rey de quitarse las pinturas de la cara y el ridículo disfraz y darse a conocer, pero se contuvo y decidió esperar.

  Cuando terminó la fiesta, salió del castillo y se dirigió a palacio pensando entre la prudencia y la furia cómo vengarse de los malos administradores y corruptos nobles de su reino.

  Decidió días después celebrar un banquete y convidar al mismo a todos los que habían tenido la bondad de invitarle como juglar. Hizo pregonar por todas partes la suntuosidad de la que iba a hacer gala , de forma que los nobles quedaron sorprendidos pues pensaban que el rey no disponía apenas de recursos, así que entre el ansia de un banquete y la curiosidad acudieron todos en masa. A la hora señalada de la comida acudieron todos a palacio y allí fueron introducidos en el salón real. Pero su asombro fue grande cuando vieron que las mesas estaban vacías ya que en vez de deliciosos manjares sólo había comida sencilla y unos cuantos trozos de pan con un jarro de agua para cada uno. En la cabecera de la enorme mesa estaba sentado el rey armado con su armadura de batalla y con una enorme espada desenfundada. Se sentaron en silencio y aguardaron a que el rey rompiera con su voz tanto misterio, comenzaron a comer, aunque a mas de uno se le atragantó el humilde pan campesino. Cuando terminaron el rey les hizo pasar a una sala donde había una especie de púlpito y las ventanas estaban tapadas con crespones negros . Al ver esto los nobles comenzaron a sentir temor. El rey con enérgica voz comenzó a imponerles a cada uno de ellos el castigo que hacía unos días habían impuesto para los dilapidadores de la fortuna del juglar, una vez que hubo terminado, los aterrorizados nobles que se vieron descubiertos, observaron como decenas de soldados entraban en la dependencia armados y con ellos un sacerdote y un verdugo con una enorme hacha.

  Los temerosos nobles perdieron la compostura definitivamente y se arrojaron a los pies del rey pidiendo clemencia, implorando perdón e incluso llorando de terror al verse muertos con el cuerpo separado de su cabeza.

  El rey tuvo piedad y les perdonó la vida a cambio de que devolvieran todo lo robado y le juraran eterna fidelidad pues no quería empezar su reinado con un baño de sangre. De esta forma el rey se ganó el calificativo de piadoso y justo y el respeto de los nobles que ya dejaron de verle como a un joven inexperto.

  Espero que os gusten todas estas historias y compartáis muchas otras que conozcáis. Ademas, desde aquí, os recomendamos que asistáis a conferencias que se organizan alguna vez con contacuentos, como por ejemplo el camerunés Boniface Ofogo, que recorre el mundo contando infinidad de relatos y conquistando a cada público con actuaciones adecuadas a sus intereses. 

 ¡No olvidéis comentar y participar en el blog, estáis en vuestro rincón del planeta! :)


Fuentes:






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